Ya es Navidad, en mi casa.

Menos la visita al centro y estudiar, que en mi caso fue cero, cumplí el resto de objetivos del fin de semana. Así las cosas, lo primero ha quedado pospuesto para el fin de semana próximo y lo segundo, ¡ay lo segundo!, se me echa el tiempo encima con este mes que es más inhábil que otra cosa y ya tengo claro que no voy a cumplir objetivos.

No tengo claro qué es lo que siento ante estas fechas que se avecinan. Siempre fui amante de las navidades y las viví con mucha ilusión, luego los años (no la edad) y las circunstancias te hacen temer algunos momentos, algunos encuentros y situaciones. A todo esto toca sobreponerse por los niños. Los niños son el espíritu de la Navidad, los que lo viven con ilusión desde el calendario de adviento hasta el 7 de enero, pasando por la compra de los adornos para el árbol o la bajada al trastero a rescatar los de otros años, los villancicos y la pandereta, la fiesta del colegio, Cortilandia y cada calle iluminada de Madrid, la mesa puesta para Nochebuena, la bandeja de turrón, la comida de Navidad, el cine de después y la "cena de sobras"; la misma cena en Nochevieja, el confeti y el cotillón, los primos que se quedan a dormir, la noche de Reyes con sus nervios y el Roscón y ¡¡otra comida!, con su merienda.

Las fiestas acaban en mi casa, el 6 de Enero por la noche,  pasando la aspiradora y ventilando, sea la hora que sea y haga la temperatura que haga. (Lo sé, soy una enferma).

Así que .. sí, vamos, que en el fondo me gustan con todo lo que conllevan.

¿Y vosotros?