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Erase una vez una chica (¡anda ya!), bueno, una señora (no, no, señora es mucho) una mujer a la que en su trabajo le regalaron un horita de asueto (Jugaba el Atleti). En realidad no era una hora, sólo media, que la otra media tuvo que recuperarla privándose de la sobremesa con café, pero menos daba una piedra y ella lo tomó gustosa. Podría haber aprovechado para hacer la compra, podría haber ido a casa y poner una lavadora, podría haberse puesto a estudiar o a cocinar la cena o la comida del día siguiente, total, le sobraba una horita antes de ir a recoger a cierta personita a sus clases de judo, pero en lugar de eso, se regaló ese tiempo, aparcó el coche y dio un paseo por el parque.

Buscaba un banco al sol, pero al caer la tarde refrescaba y estaban todos ocupados. Se sentó y se dedicó a observar a la gente que pasaba: ancianos cogidos del brazo, niños que corrían, mujeres con sus bebés, adolescentes en pandilla y señores con perro y a monear con la cámara de fotos.

Y mientras tanto, comía pipas como las tontas, un antojo que había tenido al pasar por una tienda del coche al parque. Suerte que ahora las encontraba con facilidad sin gluten, porque los dos años anteriores las había pasado canutas.

Hasta que empezó a escuchar ruiditos sobre su cabeza, miró con atención y vio cumplidas sus sospechas: ¡pájaros! Adios la paz y las pipas.

Enfiló caminito de su destino con la intención de morir de aburrimiento en la puerta del cole pero, la suerte se puso de su parte y la portera le dio conversación.

Cuando llegó a su casa, se convirtió en Cenicienta ...

... y colorín, colorado, este cuento, se ha acabado.

¡¡Buen fin de semana a todos!!